PREGON DE SEMANA SANTA. MONZON 2016
Autoridades, Sr.
Presidente de la Junta Coordinadora de Semana Santa de Monzón, Presidentes y Hermanos Mayores de las cofradías, cofrades, señoras y señores, Hermanos en Cristo:
“Misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he
venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.” (Mt 9, 13)
En el año de la
misericordia quiero comenzar el pregón con estas palabras de Jesús.
Para un cofrade supone
una gran alegría y un profundo sentimiento de gratitud poder ser pregonero de la Semana Santa. Hermanos y amigos de Monzón, gracias por permitirme compartir con vosotros este momento único para todos
los cofrades, en que nos disponemos a celebrar un acontecimiento que para todos nosotros tiene un significado especial y esencial.
Atravesando la puerta que se abre con la celebración del pregón, nos introduciremos en un tiempo de sonidos y de silencio, de manifestación y de reflexión interior, de vivencia
profunda y de exteriorización de sentimientos, de imagen y de palabra. ¡Es la Semana Santa!
Durante estos días, los
cofrades transmitimos como una sola imagen y anunciamos como una sola voz el mensaje del Evangelio.
Dejemos en la puerta la maleta de nuestras predisposiciones y avanzando por el camino que se abre a nuestros pies, escuchemos el silencio, ese silencio roto en ocasiones por el
atronador sonido de los tambores y bombos, en el que podremos percibir el mensaje de Jesús de Nazaret, sin ostentaciones, en la sencillez, en los pequeños detalles, en el corazón, como experimentó el
profeta Elías:
“Y he aquí que el SEÑOR pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento.
Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Y después del fuego, se oyó el
susurro de una brisa apacible. Y sucedió que cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con su manto, y salió y se puso a la entrada de la cueva. Y he aquí, una voz vino a él
y le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?…”
(I Re 19, 11-13)
Quizás nosotros escuchemos la misma pregunta, ¿Qué haces aquí cofrade?...
Pregonar es anunciar, y
yo quiero anunciaros hoy este mensaje, que ilusiona, que ilumina, que alegra, un mensaje que no lava la cara, un mensaje que rompe esquemas, un mensaje que nos hace ver la viga en nuestro propio ojo,
un mensaje que nos reconcilia con Dios, con el hermano y con nosotros mismos, un mensaje que nos une, un mensaje para la vida real de cada día, un mensaje de AMOR con mayúsculas:
Porque el AMOR lo
abarca todo, como escribe San Pablo en su Carta a los Corintios:
“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio
interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad.
El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y
nuestras profecías, limitadas… (Corintios 13, 4-9)
En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor.” (Corintios 13,
13)
Acompañadas por el
vibrar de las cornetas, el redoble de los tambores y el golpe seco de los bombos, las procesiones recorrerán estos días nuestras calles expresando el sentimiento y la fe de todos los cofrades, y
aunque pueda parecer lo contrario, haciendo visible un mensaje de Amor, de Esperanza y de Vida que Jesús nos transmite a través de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Mi memoria se traslada
en el tiempo y me trae recuerdos imborrables, como una soleada mañana de Domingo de Ramos en los “Jardinetes” con zapatos nuevos y la palma en la mano; la imagen de un crío en el calor de casa con mi
familia, viendo en la televisión una de las películas que se emitían sobre la vida de Jesús, atraído a la ventana de la cocina por los ecos del redoble de los tambores en la noche del Jueves Santo;
las frías noches en el Coso de la mano de mis padres, esperando ver el famoso abrazo que se daban los Hermanos Mayores de las dos cofradías que realizaban el renombrado encuentro al final del paseo,
o que no se daban…, a veces somos así; el discurrir de los pasos en la tarde noche del Viernes Santo, entre luces y sombras por el centro de Barbastro; las palabras de mi madre cuando un día me dijo:
“me han dicho si quieres llevar el paso del Descendimiento”; los momentos tan especiales vividos junto a buenos amigos cofrades durante todos estos años; el recuerdo de los que ya se han
ido; o la profunda y especial sensación que me recorre cada Viernes Santo cuando cargo sobre mi hombro la vara del paso del Descendimiento.
Caminamos hacia la
PASCUA, pero no caminamos solos. Caminamos junto a Jesús caminando junto a nuestros hermanos y recordando sus palabras:
”En verdad os digo que cuanto
hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis." (Mt 25, 40)
Sobre todo en estos
tiempos difíciles que nos toca vivir, tenemos que saber compartir con los que lo están pasando mal, con los que necesitan ayuda, aunque para todos son momentos complicados, hagamos el camino
juntos.
¿Somos capaces de
hacerlo, de compartir, de perdonar, de dedicar una parte de nuestro tiempo a los demás?
Jesús nos dice: “Oísteis que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo, mas yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen,
para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, el cual hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué paga merecéis?
¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros amigos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también esto los gentiles? (Mt 5, 23-24; 43-47)
Vivamos con verdadera
fe y esperanza la Semana Santa, poniendo en práctica de verdad el mensaje que queremos transmitir, con nuestro compromiso personal, con nuestra actitud, que resuenen en nuestro interior las palabras
del apóstol Santiago:
“Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta.” (St 2, 17)
Queridos niños, queridos jóvenes y no tan jóvenes, celebremos
estos días como verdaderos hermanos, acompañemos a cada cofradía en cada uno de sus actos. Todos seguimos al mismo Jesús, cada cofradía lo acompaña en un momento de su Pasión y Muerte, y todos juntos
en su Resurrección.
Nuestros pasos llevados y
acompañados por los cofrades al compás marcado por las secciones de instrumentos, nos harán revivir en sus recorridos por las calles de Monzón esos instantes trascendentales en que Jesús de Nazaret
dio todo su Amor, su Perdón y su Propia vida por nosotros.
“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.” (Jn 15, 13)
Las palabras que el Papa Francisco dirigió en su discurso a los
jóvenes en el Vía Crucis de la JMJ de Río en el año 2013, también pueden ir dirigidas a nosotros:
“Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en
sus corazones tres preguntas:
¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil,
en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país?
Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de
ustedes?
Y, finalmente, ¿qué nos enseña para nuestra vida esta
Cruz?
En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa
misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer.
Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos totalmente en Él
(cf. Lumen fidei, 16), porque Él nunca defrauda a nadie. Solo en Cristo muerto y resucitado encontramos salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra,
porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser instrumento de odio, de derrota, de muerte, en un signo de amor, de victoria y de vida.
En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre,
también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he
venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).
La Cruz nos invita también a dejarnos contagiar por este amor,
nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto, y a salir de nosotros mismos para ir
a su encuentro y tenderles la mano.
Muchos rostros han acompañado a Jesús en su camino al Calvario:
Pilato, el Cireneo, María, las mujeres… También nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las
manos.
Queridos amigos, la Cruz de Cristo nos enseña a ser como el
Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con
ternura”.
La Semana Santa nos
impregna con su esencia y nos hace vivir junto a Jesús y María, momentos de alegría, momentos de tristeza, momentos de sufrimiento, momentos de esperanza, intensos y emotivos momentos. Conectemos con
Jesús, enchufemos nuestro corazón al que nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,
6), y
que a la vez nos pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16, 15) ¿Cuál será nuestra respuesta?
La unidad de todos hará
grande nuestra Semana Santa, participemos en ella con espíritu auténtico. Os animo a estar presentes en los diferentes actos y procesiones, en la iglesia y en la calle, con verdadera disposición, en
movimiento, como nos dice el Papa Francisco:
“Salgamos, salgamos a ofrecer a
todos la vida de Jesucristo” (La alegría del Evangelio).
La auténtica vivencia
de estos días nos ayudará a ser mejores cristianos.
Escribe en “facebook” el director de un
colegio:
“El director del colegio no es el primero: es el último; es quien tiene
que servir a todos y amar a todos. Porque sin amor no hay educación posible”.
Escribe en un periódico
una mujer, una profesional titulada universitaria:
“Hoy nos cuentan por millones a
las mujeres cristianas, pueden ustedes encontrarnos hasta en el rincón más recóndito del planeta, mujeres que vivimos nuestra fe desde el amor, la humildad y la alegría”.
Dice un cofrade, que
podríamos ser también tú y yo:
“Se me ocurre que la vida cristiana debería consistir en ser buen
cofrade. Pero sé que me equivoco. Tú no viniste sólo a dejarnos un recuerdo en tus imágenes. Tú viniste a enseñarnos a vivir. Tú mismo nos enseñaste con tu ejemplo…”
Somos también la calle,
compartimos una misma fe, somos mujeres y hombres, somos padres y madres, trabajadores, mecánicos, médicos, maestras, estudiantes, operarias, ingenieras, sacerdotes, religiosos, religiosas,
agricultores, universitarios, carpinteros, economistas, empresarios, quizás estemos en este momento sin la posibilidad de un trabajo…, somos jóvenes y no tan jóvenes. Vivimos en la sociedad, en su
día a día, participamos en la vida cotidiana, sepamos acoger su mensaje, compartirlo y transmitirlo con nuestro ejemplo.
Salgamos a la calle con alegría, como la que contagia la
entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un borrico el Domingo de Ramos, que representamos camino de la iglesia de San Juan.
Salgamos a la calle
para encontrarnos con los que caminan por ella junto a nosotros cada día, con nuestros vecinos, con nuestros amigos, también con aquellos a los que no conocemos; como se encuentran la Madre Dolorosa
y el Hijo azotado, condenado, insultado…, como se encuentran Jesús y María, con una mirada de amor, frente a frente, como se acercan uno al otro cada Viernes de Dolor en la Plaza Mayor donde se
encuentran las cofradías, el “Ecce Homo” y “Nuestra Señora de los Dolores”, donde se mezclan los colores negro y granate.
Salgamos a la calle
para compartir con quien necesita un gesto de cariño, con los ancianos que agradecen una palabra, con los jóvenes que buscan su futuro; que pueden ser también nuestros padres, nuestros hijos,
nuestros abuelos, o incluso nosotros mismos; como compartimos los recuerdos, el sonido de los tambores, el colorido de las túnicas, las amistades personales, en la “Tamborrada” del sábado en la Plaza
Mayor, o en la “Rompida” del Jueves Santo, en la que resuenan emociones y sentimientos al inicio de la media noche iluminada con la luz de las velas.
Salgamos a la calle con
la mano tendida para estrecharla con el que nos tiende la suya, con la anciana que espera a cruzar la calle, con el niño que no alcanza a coger la pelota que rueda calle abajo, con el vecino que
necesita una sonrisa…; como vemos a Jesús extender sus manos para orar al Padre por nosotros, al contemplar la imagen de la “Oración en el Huerto” en la noche de Lunes Santo recorriendo la calle
Mayor acompañada por el marrón y verde de la cofradía de la “Oración en el Huerto”.
Salgamos a la calle
hombro con hombro, dispuestos a compartir el peso de los problemas con el hombre y la mujer que no encuentran trabajo, con las personas que sufren maltrato, con la pareja que no puede mantener a su
familia, con el amigo que ha tenido una mala noticia…; como vemos al Nazareno cargando con su Cruz al cruzarnos con Él por la Avenida del Pilar, un Martes Santo o puede que un Miércoles Santo,
apoyado sobre hombros de color púrpura y blanco de los cofrades de “Nuestro Padre Jesús Nazareno”, acompañado por la Madre Dolorosa junto a la Cofradía de la “Sangre de Cristo y de la Buena
Muerte”.
Salgamos a la calle con
humildad, dispuestos a acoger, dispuestos a escuchar al que ha dejado su país jugándose la vida, al que su casa es la calle y su techo es el cielo, al compañero con el que hemos tenido alguna
diferencia, al joven que se siente incomprendido o no valorado…; como la Madre acoge en sus brazos con amor a su Hijo descendido de la Cruz, como nuestra Madre de la Piedad a la que divisamos el
Miércoles Santo moviéndose al compás de los tambores entre las luces de la noche, cuando sale de la iglesia de San José entre el blanco y rojo de los cofrades de la Cofradía de “Nuestra Señora de la
Piedad”.
Salgamos a la calle
para contagiar, para animar, para transmitir, para
transformar, como en la tarde del Viernes Santo, recorriendo las calles de Monzón bajo la atenta mirada del imponente castillo templario, mirando al Crucificado, “Cristo de la Buena Muerte”;
mostrando a través de los pasos una “Historia” que parece que termina en el Sepulcro donde advertimos la figura de Cristo yacente, al que veneramos en su entrada a la Plaza Mayor arropado por el
morado y blanco de la Cofradía del Santo Sepulcro, pero que nos deja una puerta abierta a la esperanza.
Salgamos a la calle,
salgamos a la vida…, como invita la canción de Lidia Guevara:
“Bébete la vida,
bébete la vida, intenta darle otro color. Bébete la vida, bébete la vida, tu sed dibujará un mundo mejor”.
Este que vamos a vivir,
es siempre un tiempo nuevo, que nos transmite un mensaje nuevo, que escuchamos y compartimos cada Semana Santa, pero que siempre nos suena a nuevo, que renueva nuestro espíritu y nos hace personas
nuevas.
¡Resucitemos nuestro
corazón, salgamos al encuentro de Jesús resucitado como Él sale a nuestro encuentro!
¡Queridos amigos de
Monzón! ¡Que
los colores, negro, granate, marrón, púrpura, negro, blanco, y morado de vuestras túnicas, se unan el Domingo de Pascua para celebrar la VIDA!
Que lo sepamos vivir
con intensidad y que participemos como auténticos miembros de una cofradía, que en palabras de San Juan Pablo II, es una “verdadera escuela de vida cristiana que crea hombres y mujeres
nuevos”.
¡Que la Paz de Jesús
Resucitado sea con todos nosotros!
Un fraternal
abrazo.
Gracias a todos por
haberme escuchado.